Comentario Artículo aparecido en The Economist acerca de las dos planteamientos que existen en la búsqueda de la conciencia, los modelos arriba abajo abajo arriba en cuanto a conexiones neuronales y su relación posible con la inteligencia artificial
El artículo termina así
Whatever emerges from the experiment will not be anywhere near a definitive explanation of consciousness. In particular, it will not address the “hard” problem of the phenomenon: the “feeling of what it is like to be something” that was raised in 1974 by Thomas Nagel, an American philosopher, in an essay titled “What is it like to be a bat?” It will, however, by providing what are known as neural correlates of conscious experience, point to directions in which future investigations might usefully travel
Juan Arana contestará en su libro la conciencia inexplicada en el capítulo 39 y 40 las posibilidades de naturalización para descubrir dónde está la mente que llevar el naturalismo o sea el materialismo más allá de sus límites científicos y sin apenas haber hecho definiciones es cuando es ejercicio inútil porque no se sabe lo que se está buscando la mente la conciencia

La inserción de microelectrodos en lugares estratégicos y algunas experiencias, como las de Sperry y Libet, han conseguido tocar muy de cerca la interfaz entre lo físico y lo psíquico. La tomografía por emisión de positrones o la resonancia magnética funcional destacan entre los métodos de exploración que van permitiendo desvelar las regiones cerebrales que se activan cuando se ejerce el pensamiento. Es evidente que el progreso no se va a detener aquí, y que durante un periodo de tiempo indeterminado seguirán produciéndose descubrimientos relevantes. Las neurociencias constituyen uno de los frentes más activos del progreso científico, a diferencia de lo que ocurre en otras zonas de la investigación, como la química o la física (Smolin, 2007). Este es el dato fundamental que alienta el optimismo de los estudiosos del cerebro, optimismo que se objetiva en la apuesta por una interpretación naturalista de la mente.
Sin embargo, es posible que se trate de una apuesta mal planteada. Se basa en el prejuicio de que un mayor conocimiento del cerebro por fuerza ha de conducir a la explicación de lo que antes se llamaba «vida del espíritu» en términos exclusivamente físico-químicos. Ya que la física se ha estancado en su progresión hacia el corazón mismo de eso que llamamos «materia», muchos neurocientíficos le prometen como premio de consolación el desentrañamiento final de lo que llamamos «mente». Acudiendo por un instante al tipo de argumentos historicistas que antes critiqué, advierto que en más de una ocasión una esperanza parecida ha resultado un fiasco. A fines del siglo XIX, sin ir más lejos, casi todos los científicos creían que el adelanto del saber conduciría necesariamente a explicar de modo exhaustivo el funcionamiento del universo por medio de leyes causales deterministas. Muy poco tiempo después se comprobó no obstante que lo que tenía contados sus días era precisamente el determinismo, mientras que la física tenía un largo recorrido por delante orientado en una dirección muy diferente. Conviene señalar lo paradójico de la siguiente circunstancia: hoy en día muchos científicos y filósofos opinan que aunque el determinismo ya ha quedado obsoleto en física, no lo está en una ciencia que se ocupa de realidades mucho más sofisticadas que las estudiadas por la física. Así pues, la mecánica cuántica sería relevante para electrones y quarks, no para las células piramidales del córtex o los núcleos hipotalámicos.
La presunción aquí operante es que podemos seguir haciendo neurofisiología como si la mecánica de Newton mantuviera toda su vigencia. No obstante, y aunque discrepe del naturalismo, simpatizo en parte con sus representantes, ya que muchos de los que se oponen a ellos han querido dar a la física más reciente un uso incorrecto: emplean las indeterminaciones cuánticas como una suerte de mecanismo metafísico de inserción del espíritu en la naturaleza, de emergencia de la libertad, etc. En una estela parecida aparecen propuestas de efectos exóticos, como las «acciones autoformativas» de Robert Kane (Dennett, 2004: 305). Y todavía más fantástica es la propuesta de Roger Penrose y Stuart Hameroff según la cual ciertas estructuras neuronales —los microtúbulos— ampliarían los efectos cuánticos permitiendo así dar asiento a la conciencia, entendida como un mecanismo no computable que opera con una física desconocida, pero que podría ser desarrollada como prolongación y perfeccionamiento de la mecánica cuántica: Creo que la consciencia es algo global. Por consiguiente, cualquier proceso físico responsable de la consciencia tendría que presentar un carácter esencialmente global.
La coherencia cuántica es idónea a este respecto. Para que sea posible semejante coherencia cuántica a gran escala, necesitarnos un alto grado de aislamiento; tal como el que podrían suministrar las paredes de los microtúbulos (Penrose, 1999: 106). La hipótesis de Penrose es demasiado fantástica por una parte y no suficientemente audaz por otra. Descansa en una intuición poderosa: que la física actualmente disponible no es capaz de dar cuenta de la conciencia, aquello que Descartes convirtió en la esencia del pensamiento. Con «física actualmente disponible» me refiero también a la biología molecular o a la electroquímica. El error de Penrose, como el de Kane y el de los devotos del indeterminismo cuántico consiste en convertir la mecánica cuántica o sus hipotéticas prolongaciones en una especie de «física de la conciencia», cuando lo razonable sería más bien aceptar que cualquier física tendrá siempre una incapacidad funcional para dar cuenta de la conciencia. ¿Por qué motivo? Intentaré esbozarlo. La investigación contemporánea ha conseguido parcelar los cometidos de la mente y localizar los ocultos vericuetos por donde la información, en forma de descargas neuronales, es procesada y llevada de aquí para allá. En concreto, Stanislas Dehane intenta seguir la pista al mecanismo de encendido de la conciencia con las técnicas más avanzadas disponibles. Mientras la resonancia magnética funcional solo permite ver patrones estáticos de activación separados por un lapso de uno a dos segundos, existen técnicas como la electroencefalografía o la magnetoencelografía que permiten hacer un seguimiento en tiempo real, con imágenes que se van superponiendo a un ritmo de milisegundos. ¿Cuál es entonces la película de los procesos conscientes en comparación con los que no lo son?
El correlato en la actividad neuronal más evidente de la activación de la conciencia es la sincronización armónica de extensas áreas cerebrales:
Pero al final todo resulta un tanto caótico y disperso. Surge el llamado «problema del ensamblaje»38, que el neurólogo de Harvard David Hubel glosa del siguiente modo:
Hay por supuesto modos perfectamente concebibles de unir elementos dispersos. Los clavos y tornillos no sirven para otra cosa. Que la conciencia ejerce o refleja ciertos procesos de síntesis de la actividad neuronal parece obvio. ¿Consiste entonces en una forma sutil de clavo o tornillo? Dos de las posibles respuestas a esta pregunta son de Christof Koch y Susan Greenfield (Koch, Greenfield, 2007: 50-57). Koch, en línea con lo que sugería Crick, defiende una conjetura localista: un conjunto restringido de neuronas estratégicamente situadas llevarían a cabo el trabajo: ellas «cerrarían la mente». Greenfield, en armonía con tesis defendidas por Llinás, cree en un planteamiento más holista: serían neuronas dispersas por amplias regiones las que se reunirían en «asambleas» provisionales por medio de descargas sincronizadas y así darían lugar a la experiencia consciente. Prudentemente, ambos autores limitan el alcance de su pretensión:
Con esta cláusula de restricción entra dentro de lo posible que alguno de los dos tenga razón. Pero no es posible retirarla, porque los argumentos de Penrose son aquí muy fuertes: cualquier explicación electroquímica convencional de la conciencia sería en principio computable, y ciertos fenómenos asociados a la conciencia no lo son. Otra cosa es que se pueda llegar a formular «otra» física capaz de superar dicho obstáculo. Como campechanamente observa Dennett —aunque por razones muy diferentes a las que él alega— habría que observar: «Muchacho, si puede hacer algo así, habrá que verlo» (Brockman, 1996: 234). Podríamos tardar siglos o milenios en resolver por esta vía el contencioso.